Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


966
Legislatura: 1882-1883 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 9 de mayo de 1883
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 105, 2379-2382
Tema: Elecciones municipales verificadas en Madrid y dimisión de algunas autoridades de la provincia a consecuencia de ellas

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Inconscientemente sin duda, porque el señor Montero Ríos ha querido hacer un discurso de amigo; inconscientemente sin duda, repito, pero con grande y peligrosa injusticia, S. S. ha procurado crear una atmósfera densa y malsana, sin advertir que esa atmósfera malsana a todos nos envuelve, a S. S. como a todos los demás, y sin advertir tampoco que en último resultado esa atmósfera malsana desaparece con la misma facilidad que se forma, a los resplandores de la probidad y la rectitud.

Ha pronunciado S. S. la palabra moralidad; moralidad para esta situación, moralidad para la situación anterior: ¿para qué la ha pronunciado S. S.? ¡Moralidad! ¿Acaso S. S. quiere acusar de inmoralidad a la situación anterior y a la situación actual? Sea; pero si nos quisiese acusar, vengan hechos concretos y vengan pruebas, que yo tengo derecho a exigirlas, si no quiere S. S. que me quede el derecho de llamar calumniadores a aquellos que lo afirmen. (Grandes aplausos.)

¿Qué se pretende; marchar a todos suponiendo que nosotros hemos ido llamados aquí para moralizar la administración? No, y mil veces no: nosotros hemos venido aquí por la voluntad del Rey y por el movimiento natural de la política: ni más ni menos.

¡Ah! Su señoría, que ha estado tanto tiempo por su gusto o por su conveniencia sin acudir al Parlamento, el primer día que viene aquí no tiene inconveniente en arrojar una mancha sobre sus antiguos amigos, sobre el partido en que militó, sobre los partidos de la situación actual y sobre los partidos en que se fundan las instituciones que rigen hoy los destinos de la Patria.

¿Qué significa esto? ¿Es que no hay en este país más moral ni más moralidad que la de S. S.? Y luego, ¡qué imprudencia y qué insensatez! ¡Inmoralidad! ¡Ah! ¡Como si el partido caído a la palabra de inmoralidad, como si ningún partido caído se resignara a no emplear las mismas malas armas que contra él se esgrimieron! ¿Y qué resultaría de esta desastrosa lucha? Pues no resultaría por trofeo en el campo de la política, ni más rastro del sistema representativo que la miseria, la podredumbre y el asco. ¡Quede la responsabilidad para los que esto quieren dejar al porvenir!

¡Ah! No teniendo el Sr. Montero Ríos, que viene otra vez a levantar la bandera de la izquierda dinástica, la bandera de la Constitución de 1869, no teniendo otros medios de atacar al partido liberal, se vale de medios que yo no quiero calificar, pero que siento ver empleados por S. S. [2379]

Su señoría ha dicho que yo he traído aquí dos objetos: el de concentrar las grandes fuerzas liberales del país alrededor de las instituciones vigentes, y el de regularizar la administración. Pues yo he procurado conseguirlo y alcanzarlo: si no lo he alcanzado en la primera parte, S. S. tiene la culpa; en la segunda, no la tiene nadie; que es imposible en poco tiempo extirpar vicios que no son de ningún partido, sino que son vicios por nuestras desdichas creados, y hace muchos años arraigados. Así empezó el partido liberal a atraer con sus actos y con sus disposiciones liberales a todos los elementos liberales del país alrededor de la Monarquía, infundiéndoles confianza, demostrándoles que obtendrían dentro de la Monarquía todo lo que fuera de la Monarquía podía apetecer, cosa que no obtendrán nunca fuera de la Monarquía.

Y así vinieron muchos y muy valiosos elementos, y con nosotros estaban, y a nuestro lado formaban, y por la bandera inoportuna y poco patriótica que levantó S. S. se volvieron a esa situación de la Constitución del 69, abandonando el terreno a que los unos habían venido ya, y otros estaban dispuesto a venir, y S. S. es el que ha interrumpido el movimiento. Y es que S. S. no quiere más que poner obstáculos a todo lo que sea el engrandecimiento de las instituciones actuales: dos años ha estado S. S. detenido en un grano de arena; ¿por qué ha estado detenido ahí? Y luego, todo lo que a las instituciones conviene, todo lo ha querido detener S. S., y en la medida de sus fuerzas y hasta donde ha podido, lo ha conseguido; no ha conseguido más porque no le ha sido posible conseguir más.

¿Qué más hemos podido hacer, Sres. Diputados, para atraer, para procurar, para adquirir, para conquistar esa gran concentración de fuerzas liberales alrededor de la Monarquía? Señores, están ya discutidas o en curso por lo menos, presentadas, como manifestación de los propósitos del Gobierno: en la cuestión económica, la conversión y unificación de la deuda, la reforma arancelaria, la ley de primeras materias, los tratados de comercio; en la cuestión militar, la reforma de la organización del ejército, la ley de su Estado Mayor general, la ley de ascensos; en la administración de justicia, el Código de comercio, el Código penal, el Código civil, la organización de los tribunales colegiados, el juicio oral y público, el Jurado, en una palabra, la reforma de toda la legislación española; en la administración y en la política, la ley de Ayuntamientos, la ley de Diputaciones provinciales, la ley de imprenta, la ley de asociaciones, la ley regularizando las carreras de casi todos los ramos de la administración, y otra porción de asuntos tan importantes y tan graves como los que acabo de enumerar.

¿Se puede hacer más en menos tiempo? ¿Es que no están terminados? ¿Pues qué culpa tiene de ello el Gobierno? Pues no están terminados porque los asuntos son de mucha gravedad e importancia y exigen largo tiempo de estudio y de discusión, y además por esta afición desmesurada que tenemos los españoles a hacer uso de la palabra y a alargar los debates; que si no, terminados estarían, y terminados están varios de ellos.

Acaso, se dice, no son bastante liberales. ¡Ah! ¡Es que no son bastante liberales para vosotros! Yo creo que eso es lo que deseáis, que no lo fueran; pero a pesar de vuestro deseo, vuestra conciencia os obliga a decir que lo son, y cuando las vamos presentando, aun sin querer las apoyáis.

En las reformas económicas hemos tenido la suerte de contar con el apoyo de uno de vuestros hombres más ilustres como presidente de la Comisión. Presentamos la ley de imprenta, y hemos contado también con el voto, con la opinión y con el apoyo de otro de vuestros más ilustres compañeros. Presentamos la ley del Jurado, y también contamos con el voto y con la opinión de otra de vuestras más importantes figuras en el Senado.

De manera, Sres. Diputados, que traemos todo lo que hemos ofrecido, y con el tinte liberal a que veníamos comprometidos, hasta el punto que, aun contra vuestro deseo, os veis obligados a apoyarnos y a defender nuestra obra. Entonces, ¿qué necesitáis para la concentración de las fuerzas liberales alrededor de las instituciones? ¡Ah! Lo que necesitáis es otra cosa que no podéis hacer: lo que necesitáis es que las fuerzas que están dispuestas a apoyar a todo trance y con todos los medios a las instituciones vigentes y a nuestro partido, se entreguen a discreción, y eso por mi parte no sucederá.

Estamos dispuestos a hacer leyes liberales. Y si hacemos leyes liberales y las apoyáis, ¿qué razón tenéis para estar separados de nosotros? ¿qué razón tenéis para decir que nosotros oponemos obstáculos a la concentración de las grandes fuerzas liberales del país? No; nosotros presentamos esos proyectos liberales hasta el punto que tenéis que confesar que lo son. Pues si son liberales, presentándolos nosotros y apoyándolos vosotros, así es como vienen las coincidencias y así es como se hacen los grandes partidos; por las coincidencias de la opinión es como los partidos se reúnen y las masas de opinión se forman. A eso estamos dispuestos, cualquiera que sea vuestra conducta; que del resultado, vosotros, y no nosotros, seréis responsables.

Que hemos traído otro objetivo: el de regularizar la administración.

Hemos hecho todo lo posible para regularizarla; y si no lo hemos conseguido, es porque no es posible en lo humano extirpar en un día vicios de muchos años. Pero aparte de la campaña eficaz que emprendimos contra el bandolerismo, y aparte del juicio oral y público y de las reformas de Fomento, ahí están leyes creando carreras especiales para los funcionarios del ramo de correos, de penales, de administración local, de sanidad, de las carreras diplomática y consular, aprobadas, y de todos los ramos de la administración, que prueban bien evidentemente cuán grande es nuestro buen deseo y nuestra voluntad de reformar la administración y mejorarla en lo posible. Si no lo conseguimos, ¿cree S. S. que lo podría haber conseguido S. S. en un momento? ¡Ah! Eso es más difícil de lo que parece, y eso viene haciéndose hace mucho tiempo; que nosotros no queremos apropiarnos la gloria de estos propósitos; ya la situación anterior hacia lo que podía hacer; nosotros seguimos su camino, quizá más de prisa que ellos lo hicieron, y todavía no lo hemos podido conseguir; pero algo y mucho hemos hecho y conseguido; y por lo menos, no se nos negará nuestro deseo y buena voluntad.

Mas el Sr. Montero Ríos, en la idea de arrojar sombras de sospecha y desconfianza sobre mi persona, a pesar del cariño que S. S. me tiene, se ha atrevido a decir que mi nombre va unido a tres cosas: a la partida de la Porra, a los 2 millones y a? (Varios Diputados: A la causa Monasterio) la causa Monasterio.

Pues en la partida de la Porra, Sr. Montero Ríos, juntos vamos S. S. y yo; porque cuando se hacía una acusación injusta, a que la pasión política está tan acostumbrada, la de la partida de la Porra, cuando no hacía más que cumplir con mi deber y ejecutar las disposiciones severas a que estaba obligado por el estado excepcional en que el país se encontraba; cuando entonces se me acusaba a mí por eso de la partida de la Porra, tenía yo el gusto y la honra de tener a mi lado a S. S. como compañero de Ministerio.

De los 2 millones, no quiero contestar a S. S., porque nunca he contestado a eso; a los que lo hicieron intencionalmente, los he despreciado siempre, y a los que inconscientemente lo propalaron, no les he hecho caso nunca.

Y vamos a la causa Monasterio. ¡Qué tengo yo que ver con la causa Monasterio? Que un juez ha dictado en primera instancia una sentencia en un proceso. ¿Y qué tiene que ver con eso el Gobierno de S. M.? ¿Qué tiene que ver con eso la mayoría? ¿Qué tiene que ver con eso el partido? ¿Qué tiene que ver con eso la situación? ¿Es, por ventura, que el Gobierno ha hecho suya esa sentencia, que el Gobierno se hace solidario, que el Gobierno la considera siguiera justa? Ni injusta, porque el Gobierno no la aprecia.

¿Pero se ha atrevido a decir siquiera (y podía decirlo, porque al fin y al cabo es una sentencia de un tribunal), se ha atrevido a decir que fuera justa? Pues entonces, ¿qué tiene que ver el Gobierno con la causa Monasterio? Que el proceso se ha dirigido mal; que en él hay faltas, errores, prevaricación quizás; que los médicos forenses, que el juez, que el fiscal, que el abogado defensor, que el acusador, que todos, que algunos han faltado a sus deberes. Pues si han faltado, que sufran el condigno castigo; pero lo que es al Gobierno no le incumbe examinar si la causa está bien o mal formada, ni siquiera juzgarla, porque al Gobierno lo que le incumbe es hacer ejecutar la sentencia contra los que hayan delinquido, porque este es su deber. Lo demás, ¿que hay responsabilidades en ese desdichado negocio? Pues que las haya y las sufra aquel que con ellas haya cargado; que al Gobierno en manera alguna le alcanzan y enérgicamente las rechaza. (Aprobación.)

¿Pero a qué saca ahora S. S. la causa Monasterio? ¿Qué tenemos aquí que ver con la causa Monasterio? Aquí no tenemos que ver nada, lo mismo que S. S. Yo no conozco a nadie de la situación que tenga nada que ver con la causa Monasterio, ni el Gobierno, ni la mayoría, ni el partido; pues ni la situación, ni el partido, ni la mayoría, ni el Gobierno, tienen absolutamente nada que ver con la causa Monasterio. Y hemos acabado con la causa Monasterio.

Su señoría, como ha estado voluntariamente retirado de este sitio, ocupado en otras cosas fuera de la política, que la toma, según parece, por accidente y por recreo, no sabe lo que por aquí ha pasado, y nos habla de elementos y de fuerzas de la mayoría como si no hubiera pasado nada para S. S. por lo visto; pero voy a advertir a S. S. que S. S. está ignorante de todo lo que pasa por aquí, porque no hay fuerzas distintas ni elementos diversos; aquí no hay más que un partido con un jefe, con su estado mayor y con su dogma; ni más ni menos; todos somos unos, iguales todos. (Aprobación en la mayoría.)

Por consiguiente, todo lo que sobre este tema ha discurrido S. S. cae por su base; y vea S. S. como también han caído por su base todas las causas, todas las intenciones y todos los recursos a que la imaginación calenturienta de S. S. ha apelado para explicar la dimisión del alcalde de Madrid y el conflicto común, ordinario, que pasa todos los días aquí, fuera de aquí y en todas partes, entre dos autoridades que tienen roce tan continuo y relaciones tan constantes como el gobernador de la provincia y el alcalde de Madrid.

Hubiera deseado el Gobierno, Sres. Diputados, haber continuado utilizando los importantes y leales servicios de las dos primeras autoridades de Madrid, del alcalde y del gobernador; pero como he dicho antes, en trato constante, por el roce diario que tienen estas dos autoridades para el desempeño de sus diversas funciones, no siempre y en todos los casos bien definidas y separadas, ha sido indispensable una armonía, una intimidad, una confianza entre ellos que estaba francamente, muy lejos de corresponder a lo que era necesario para que entre estas dos autoridades no viniera una rompimiento natural, sencillo y lógico. En tal estado sobrevino el choque. ¿Por qué? No sé, por cualquier cosa. (Risas.) Por la cosa más insignificante, y los que se ríen y murmuran no saben lo que son cosas de gobierno, ni siquiera cosas sociales.

Sobrevino el choque produciendo el conflicto entre dos autoridades; conflicto, como he dicho antes, muy común, muy natural, que ocurre muchas veces, que ha ocurrido aquí, que ocurre en todas partes, sin que a eso se le dé más importancia de la que lógica y naturalmente tiene.

El alcalde de Madrid, que más de una vez me había anunciado su deseo de abandonar el puesto, entre otras razones por la falta de armonía con el gobernador de la provincia, por el disgusto que esto le producía al ver venir el conflicto, y como medio de remediarlo, creyó prestar un servicio presentando esta vez resuelta y decididamente su dimisión, y el Gobierno consideró conveniente, aunque penoso, el aceptarla.

¿Qué hay aquí de particular, ni qué tiene de particular nada de lo que aquí ha pasado? ¡Ah! ¡Es que el Sr. Sagasta abandona de esta manera al Sr. Abascal, de esta manera abandona a sus amigos antiguos por preferir a amigos nuevos! No, Sr. Montero Ríos; que en estos asuntos no tiene nada que ver la amistad, ni los conflictos entre dos autoridades, ni los negocios de Estado pueden resolverse por consideraciones de amistad; porque, Sr. Montero Ríos, y yo no sé como S. S. lo ignora, el mayor de los sinsabores, el mayor que tiene este puesto, consiste en el deber penoso, que a veces impone, de sacrificar las afecciones más queridas del corazón; y el mejor favor, la mejor prueba de amistad que a uno en este puesto puede darle un amigo, consiste en no colocarle en la dura alternativa de tener que escoger entre el deber y el cariño.

Amigo soy del Sr. Abascal, y amigo antiguo; amigo antiguo y amigo verdadero; porque tanto en la adversa como en la próspera, y más en la adversa que en la próspera fortuna, siempre le he visto a mi lado, siempre consecuente, siempre decidido, siempre leal, siempre desinteresado: por eso le he tenido y le tengo grande estimación; pero hoy, Sr. Montero Ríos, se la tengo mayor que nunca. La amistad entre el Sr. Abascal y yo tiene cimiento más sincero y raíces más profundas que la conservación o no conservación de un puesto oficial; y en último resultado, no le importa nada al señor Abascal, téngalo entendido S. S., porque me ha dicho muchas veces que seguía a pesar de su mal estado de salud, en el puesto que ocupaba, por servir al Rey, por servir al partido, por servir a la administra- [2381] ción y quizás por servirme a mí. Ha cumplido su deber como alcalde, y yo he cumplido el mío como Gobierno, sin que eso produzca en los deberes de nuestra antigua y recíproca amistad detrimento de ninguna especie. Si S. S. no lo comprende, es que S. S. no comprende lo que es levantado ni lo que puede serlo.

La solución que se ha dado a la alcaldía de Madrid, no significa cambio ninguno de política; el Gobierno está dispuesto a seguir la que ha emprendido y a marchar por el camino que se trazó, sin reparar en obstáculos ni en dificultades, ni siquiera en el mal humor que por lo visto ha traído S .S. y en que piensa continuar. No; no significa cambio ninguno de política; pero el Gobierno ha pensado detenidamente en este roce constante y continuo de dos autoridades, cuando estas dos autoridades son políticas, y no ha querido hoy por hoy dar este carácter al nombramiento de alcalde de Madrid, y ha buscado una respetabilidad, un prestigio, una grande independencia. Las había entre sus amigos; pero tenían para este momento la condición de la política. Y ha querido el Gobierno demostrar con el ejemplo de la primera Corporación popular de España, por ser el Ayuntamiento de la capital de la Monarquía, ha querido hacer entender a los demás que el Gobierno no quiere que a los Municipios se lleve la política; que no quiere que se lleve allí más que la administración, la regularización de todos los servicios municipales (Muy bien.) Y esta es una de las maneras como principia, Sr. Montero Ríos, a regularizar la administración en este sentido, para que la política no consuma la inteligencia, el trabajo, los recursos y los medios que las Municipalidades deben emplear en la administración de los bienes que están encargados de cuidar y vigilar. Este es el significado que tiene la solución que se ha dado a la alcaldía de Madrid; no es otro.

Siento mucho, Sr. Montero Ríos, que la primera vez que hemos contendido S. S. y yo, haya sido para lo que ha presenciado el Congreso: de otra manera quería yo contender con S. S.; pero tengo que defender a un partido y a una mayoría que S. S. no ha tratado como se merece; no es esa la manera de buscar y procurar la reconcentración de los elementos liberales alrededor de las instituciones. Nosotros estamos aquí dispuestos a marchar por la senda de la libertad, por el camino de la probidad y de la rectitud en la administración.

Si queréis, nos acompañáis, y si no? si no, echaremos de menos vuestro auxilio y vuestro apoyo, pero páreseme que sin él, aunque con trabajo, podremos continuar, y la responsabilidad en el último caso de que esa agrupación, que yo deseo que se forme más que S. S., no llegue a formarse, no será nuestra, señor Montero Ríos, será de discursos como el que S. S. ha pronunciado esta tarde. Y concluyo con estas palabras. (Muy bien, muy bien; aplausos en la mayoría.) [2382]



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL